Guerra en las calles, con niños que corren entre francotiradores

El hombre tiene el aspecto de un Rambo algo decaído. Viste bermudas, una gorra deportiva y lleva en la mano un fusil automático con mira telescópica. Sobre la camiseta que apenas envuelve su enorme abdomen, lleva un chaleco corto, lleno de bolsillos donde es posible contar hasta doce cargadores dobles para el arma. De los del pantalón se ve salir la culata de una pistola y el mango de lo que parece un cuchillo. Es un sunnita y se llama Abu Omar. Apareció por uno de los recodos de los pasillos que van zigzagueando hasta el corazón del barrio Bab al Tabbane, en guerra aquí en la Trípoli libanesa con sus vecinos alauitas del vecindario de Jabal Mohsen.

Las refriegas y combates dejaron siete muertos en las últimas horas cerca de un centenar de heridos, entre ellos miembros del ejército. Esta guerra con armas largas, lanza cohetes RPG y grupos comando civiles es un indicador dramático de hasta qué punto Líbano se esta hundiendo en el abismo sirio. Los de Al Tabbane que habitan la parte baja de esa parte pobre de Trípoli son sunnitas furiosamente enemigos de la dictadura de Damasco. Los otros, que tienen sus edificios sobre los cerros de la ciudad, son en cambio, partidarios tenaces del clan de Bashar al Assad. Y aprovechan la altura estratégica de sus casas para distribuir francotiradores que ayer disparaban constantemente y fueron los causantes de casi la mayoría de las bajas civiles.

Al lugar se llega por una avenida, que en esa parte ha quedado totalmente vacía y desamparada debido a la huida de la gente por los tiroteos. Sólo se ven de tanto en tanto blindados de transporte del ejercito que marchan a toda velocidad sobre sus orugas y en las veredas milicianos con escopetas y metralletas, que cubren las esquinas. Como la construcción allí se hizo en el desorden de la expansión de los barrios, las calles son muy cortas y topan contra paredes de edificios, al doblar se abren túneles o callejones cargados de una combinación de olores descompuestos y de ahí a otra calle, y a un proyecto fallido de avenida con una pequeña placita en el medio. La gente que nos acompaña va con la espalda pegada sobre la pared izquierda porque del otro lado está la montaña y ahí, apostados, los francotiradores .

“Yo estoy aquí para defender mi religión, mi lugar, mi familia”, dice Abu Omar, que pide no ser fotografiado de frente porque teme que la foto acabe en manos de los servicios secretos y caigan sobre su gente. El hombre, que dice haber sido vendedor de repuestos de automóvil, esta furioso con el ejército libanés, al que achaca que defienda a los alauitas del otro lado y nada hace, por lo tanto, para frenar a los francotiradores.

Detrás de donde estamos, han colocado una enorme cortina de lonas y trapos que cruza la calle. Es para estorbar la mirada de los tiradores. El método se repite en una y otra calle, aumentando el aspecto entre sombrío y amenazante del lugar. En todo el ingreso del barrio y hacia dentro, la basura ha quedado amontonada y se pudre con el intenso calor de este verano, porque es imposible recogerla en medio de la batalla sin reglas que comenzó el fin de semana y que se ha ido extendiendo y agravando. Los depósitos grandes de residuos, del mismo tipo que hay en Buenos Aires, los han volcado en las bocas de las calles de los barrios aledaños para armar barricadas e impedir el ingreso de autos, porque temen un asalto al lugar.