El Peso Histórico del Poder Abusivo y la Fragilidad del Liderazgo
En el complejo ecosistema de las organizaciones, sean estas estatales o privadas, emerge con dolorosa frecuencia un comportamiento que desnuda la fragilidad humana ante la posesión de una «miserable cuota de poder». La frase que acuñé, “le siguen pegando al burro atado…”, nace de la observación directa de la violencia laboral y la persecución que sufren aquellos empleados cuya única «falta» es no encajar en el círculo de obediencia y privilegio del superior.
Raíces Históricas del Abuso de Poder
Esta expresión es más que una simple metáfora; es un diagnóstico crudo de dinámicas institucionales perversas que hunden sus raíces en estructuras sociales históricas. Podemos ver ecos de esta actitud en sistemas como el feudalismo, donde la lealtad personal y la servidumbre eran los pilares de la relación jerárquica. El vasallo, oprimido y sin capacidad de respuesta, es el arquetipo ancestral de nuestro «burro atado». La permanencia del individuo en el sistema dependía de su sumisión, no de su mérito.
En tiempos más recientes, el sociólogo Max Weber ya advertía sobre los peligros inherentes a la burocracia. Si bien Weber conceptualizó la burocracia como un sistema racional y eficiente, su naturaleza inherentemente jerárquica crea un terreno fértil para que el poder se filtre en formas personales y arbitrarias, lejos de las normas. Es aquí donde el individuo con el rol superior utiliza la estructura rígida de la institución para ejercer una autoridad despótica.
Hablamos de individuos en roles de supervisión que, careciendo de la capacidad para construir un clima laboral sano y productivo, recurren al abuso de autoridad para compensar sus propias carencias y obtener resultados a expensas de clima saludable laboral.
El sutil castigo
El modus operandi de este abuso es sutil, pero destructivo. Se traduce en el vaciamiento de actividades, en la desautorización pública y en la ponderación de personal de menor rango por encima de roles previamente asignados, buscando erosionar la moral y el valor profesional del empleado. Se convierte en una cacería contra quien ya está inmovilizado por la jerarquía y la dependencia laboral: el burro atado.
A lo largo de la historia y en el análisis político, la naturaleza corruptora del poder ha sido una constante. En el siglo XIX, el historiador y político británico Lord Acton inmortalizó una verdad irrefutable:
“El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente.”
Esta frase encapsula perfectamente lo que presenciamos en el ámbito organizacional. La obtención de una cuota de poder, incluso mínima, puede liberar los impulsos más oscuros en aquellos individuos con inseguridades o falta de ética. La soberbia se convierte en la herramienta del abuso. Aquellos que se encuentran súbitamente con un rol jerárquico demuestran una discapacidad para liderar con humildad e integridad, usando su posición para aplastar en lugar de para elevar.
La solución no es simple, pero comienza por el reconocimiento de que la ética en la función pública y privada debe ser la base de la relación laboral, despojando al poder de su componente destructivo y revalorizando la dignidad del trabajador por encima de la obsecuencia. El verdadero liderazgo se mide por la calidad del ambiente que se construye, no por la cantidad de personas que se doblegan.
La Ética del Líder y el Espejismo del Poder
En este contexto, se hace imprescindible traer a colación la frase atribuida al General José de San Martín —aunque no reconocida unánimemente por la comunidad sanmartiniana—, que cobra una vigencia impactante:
“La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder.”
Más allá de la exactitud de su autoría, su esencia toca una verdad universal. La soberbia del superior se convierte en la herramienta del abuso. Aquellos que se encuentran súbitamente con un rol jerárquico demuestran una discapacidad para liderar con humildad e integridad, usando su posición para aplastar en lugar de para elevar.
Todos llevamos en nosotros un atisbo de soberbia. Si no la reconocemos y la gestionamos, caemos en la miserable y circunstancial creencia de que una cuota de poder puede sostenerse indefinidamente. El peor error de cálculo de esta actitud soberbia es despreciar a aquellas personas que hoy parecen «inútiles» o prescindibles, solo para encontrarnos con una realidad futura donde su valía es significativa. Y si hay algo ineludible que la vida nos enseña, es la ley de la cosecha: todo aquello que cultivamos —la arrogancia o la empatía—, indefectiblemente cosechamos.
@aldoportugal_