A 49 años del crimen del “obispo de los pobres”: cómo mataron a monseñor Enrique Angelelli y montaron una escena falsa

El 4 de agosto de 1976, el obispo de La Rioja murió asesinado en plena ruta, en un operativo montado por la dictadura para encubrir su crimen. Casi cuatro décadas después, la Justicia confirmó lo que el pueblo sabía desde el primer día: no fue un accidente. Fue un asesinato político, religioso y social. Un mártir que eligió no huir.
El viaje que no regresó
El miércoles 4 de agosto de 1976, monseñor Enrique Angelelli manejaba su Fiat 1500 rumbo a la ciudad de La Rioja. Lo acompañaba el padre Arturo Pinto. Venían de Chamical, donde habían celebrado una misa por los curas Gabriel Longueville y Carlos Murias, asesinados pocas semanas antes. Angelelli sabía que estaba marcado. Aun así, decidió seguir. En el vehículo llevaba una carpeta con documentación comprometedora sobre la responsabilidad del comodoro Luis Estrella en los crímenes anteriores. Su destino era el nuncio apostólico.
En el paraje Punta de los Llanos, un Peugeot 404 los embistió. El auto de Angelelli salió de la ruta. Él fue despedido del vehículo. No murió en el impacto. Según las pericias, fue rematado con un golpe certero en la nuca. El padre Pinto, herido, sobrevivió.
Silencio oficial, verdad popular
Las versiones oficiales hablaron de un accidente automovilístico. Pero algo no cerraba. La escena estaba manipulada. No se permitió a testigos ni se informó con claridad. Aun así, la comunidad no se quedó callada.
A lo largo de los años, tres cruces se levantaron en el lugar. Las primeras dos fueron destruidas. La tercera, de hierro forjado, quedó en pie. A su lado, un neumático semienterrado como símbolo de la mentira impuesta. En La Rioja, el pueblo supo desde el primer momento que a Angelelli lo habían matado.
Los documentos que llevaba nunca llegaron a su destino. El represor Peregrino Fernández confesó que fueron entregados a Albano Harguindeguy, entonces ministro del Interior de la dictadura. Otro intento de silenciar la verdad.
Persecución sistemática
El asesinato fue el desenlace de una larga persecución. Desde que asumió como obispo en 1968, Angelelli se comprometió con los más pobres, defendió a campesinos y respaldó a los curas del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. En La Rioja incomodó al poder político, militar y eclesiástico.
Durante el gobierno de Carlos Menem (1973-1976), se intensificaron las presiones: campañas mediáticas en su contra, amenazas, panfletos difamatorios y hasta agresiones en plena misa. Aun así, el obispo no se fue. Sabía lo que se jugaba. Su frase quedó grabada en quienes lo rodeaban: “No puedo esconderme debajo de la cama”.
Entre verdades ocultas y confesiones a medias
En agosto de 1983, en plena apertura democrática, el periodista que firma este texto entrevistó a Bernardo Witte, obispo sucesor de Angelelli. Su discurso fue frío, distante. Evitó comprometerse. Pero al despedirse, dejó entrever una grieta:
—¿Vos ya fuiste hasta Chamical? Pensá cómo pudo haber ocurrido ‘el accidente’…
Esa ambigüedad fue lo más parecido a una confesión. Años después, Witte intentó desdecirse, pero ya era tarde. El testimonio estaba registrado, y la verdad, cada vez más cerca.
Justicia tardía, pero necesaria
En 2014, el Tribunal Oral Federal de La Rioja condenó a prisión perpetua al general Luciano Benjamín Menéndez y al comodoro Luis Estrella por el asesinato de Angelelli. Fue el reconocimiento oficial de un crimen de Estado, luego de 38 años de lucha por la verdad.
Los autores materiales aún permanecen impunes. Pero la condena judicial marcó un antes y un después. Angelelli ya no era solo un símbolo de fe y compromiso. Era, también, una causa de justicia.
La Iglesia, entre el silencio y el coraje
Durante décadas, la jerarquía eclesiástica guardó silencio. Recién en los años 80, figuras como Jaime de Nevares comenzaron a hablar. El reconocimiento del crimen fue paulatino. En 2019, el papa Francisco lo beatificó junto a Longueville, Murias y Wenceslao Pedernera.
Hoy, la figura de Angelelli convoca. A creyentes y no creyentes. A militantes de la memoria. A quienes entienden que su muerte fue un mensaje: que una Iglesia del pueblo, con los pobres y para los pobres, también puede ser peligrosa para el poder.
Matizando con memoria
Por Aldo Portugal
Para http://www.Matizando.com.ar
Desde este rincón de periodismo comprometido, no hacemos silencio. Nombrar a Angelelli es sostener su legado, es incomodar a los cómplices del olvido y es afirmar que la verdad, tarde o temprano, siempre encuentra su camino.