La dificultad de Bruselas para cerrar la puerta a Putin

La polémica visita este viernes a Moscú del jefe de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, se enmarca dentro del enésimo intento de Bruselas de pasar la página del conflicto con Moscú provocado en 2014 por la invasión y anexión rusa de Crimea y Sebastopol. El tenso encuentro de Borrell con el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, llega en medio de la represión contra los ciudadanos que protestan en las ciudades rusas por la detención del opositor Alexéi Navalni. A pesar de todo, las principales capitales europeas consideran difícil, pero imprescindible, buscar un entendimiento con el régimen de Vladimir Putin.

Los 27 socios de la Unión tienen previsto analizar en profundidad en la cumbre europea de marzo sus relaciones con Moscú. Y Berlín y París empujan de manera decidida hacia la búsqueda de una convivencia con el presidente ruso que frene el deterioro de la relación bilateral y recupere la convivencia perdida desde hace seis años. “Los Gobiernos tienen que aclarar de una vez qué relación queremos tener con Rusia y dejar de esconderse detrás de la Comisión”, dice el eurodiputado Antonio López Istúriz, secretario general del Partido Popular Europeo.

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“No comparto la teoría de que cuando las cosas van mal no hay que hablar; al contrario, en ese momento es cuando más falta hace el diálogo”, señalaba Borrell la semana pasada al anunciar su visita a Moscú, la primera de un jefe de la diplomacia comunitaria desde 2017. La apertura de Borrell al diálogo con el régimen de Putin llega tras intentos similares por el presidente francés, Emmanuel Macron, y, sobre todo, por la canciller alemana, Angela Merkel, la líder europea que disfruta una relación más fluida con el presidente ruso que se ha mantenido incluso en los momentos de mayor tensión con el Kremlin.

Berlín, pero también París o Madrid, consideran inevitable mantener un estrecho contacto con Moscú por razones geográficas, económicas, culturales e históricas. “Rusia siempre va a estar ahí”, apunta una fuente diplomática, en alusión a la proximidad de un país cuya capital se encuentra a poco más de 1.000 kilómetros de la frontera de la UE y con su capital cultural, San Petersburgo, a menos de 200 kilómetros.

A diferencia de Washington, que ve a Rusia como un rival lejano y heredero del antiguo enemigo de la guerra fría, Bruselas tiene que lidiar con un vecino incómodo al que además le unen potentes lazos energéticos. El 30% de las importaciones de petróleo de la UE proceden de Rusia, según los datos de la Comisión Europea. En el caso del gas natural, la cifra se eleva al 42%. Un volumen muy importante para una Unión Europea con una dependencia energética del exterior en 2018 equivalente al 58% de su consumo, ligeramente superior al año 2000, cuando Putin llegó al poder.

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Desde la ampliación de la UE hacia el antiguo bloque soviético, en 2004, Moscú no ha dudado en utilizar la energía como parte de su armamento político. Y las llamadas guerras del gas en 2006 y 2009 subrayaron su poder cuando Gazprom cerró parte de los gasoductos en pleno invierno y dejó tiritando a buena parte de Europa central y oriental.

La OTAN incorporó en 2010 la seguridad energética entre sus principales políticas. Y dos años después abrió un centro especializado en la materia en Lituania, uno de los socios europeos que se siente más amenazado por el Kremlin. Pero la inquietud de EE UU y de otros aliados atlánticos por la dependencia energética de la UE ha sido ignorada olímpicamente por Alemania.

El canciller Gerhard Schröder, primero, y Merkel, después, han impulsado la construcción de sendos gasoductos por el Báltico (Nord Stream I y II) que, según Washington, reforzarán el dominio de Gazprom sobre el mercado energético alemán y europeo. Berlín, en cambio, insiste en que son vitales para garantizar su suministro y ni siquiera la guerra de Ucrania o los ataques químicos en suelo europeo atribuidos al Kremlin han cambiado hasta ahora la opinión de Merkel.

La Francia de Emmanuel Macron también intenta desde 2017 una reorientación de las relaciones con Moscú que permita una convivencia más apacible que en los últimos años. Francia sitúa a Rusia dentro de una vecindad europea, junto al Magreb u Oriente próximo, en la que ―según indicaba Macron hace unos meses en una entrevista― “no es sostenible que nuestra política internacional vaya a remolque [de la estadounidense]”.