El Grand Prix de la vacuna contra el coronavirus entra en la recta final

Se trata de una carrera de coaliciones nacionales con flagrantes contradicciones, una entente de gobiernos y farmacéuticas, universidades y centros militares, de estados dentro del estado.
Desde Londres. Estados Unidos, China, el Reino Unido y Rusia están prometiendo la vacuna que liberará a la humanidad de la peste de nuestros días, el coronavirus. Es un Grand Prix de coaliciones nacionales con flagrantes contradicciones, una entente de gobiernos y farmacéuticas, universidades y centros militares, de estados dentro del estado, una carrera por llegar primero a multimillonarias ganancias y prestigio internacional. Pero el descubrimiento de una vacuna es apenas la mitad de la película. Hasta ahora se ha hablado mucho menos de la producción y distribución global de una vacuna. Las cosas están cambiando.
La crítica directa o indirecta del Grand Prix viene de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los movimientos alternativos, gobiernos populares, la izquierda y las ONG, pero empieza a tener aliados inesperados en torno a una condena feroz del llamado “Vaccination Nationalism” o “Nacionalismo de las vacunas”. En la fórmula de la OMS, este nacionalismo es una peligrosa estafa porque para la salud pública mundial, “nadie está seguro hasta que todos estén seguros”. El único camino es la cooperación global y un acuerdo que permita avanzar no solo en la producción de vacunas sino en una distribución equitativa y eficaz.

El “Nacionalismo de las Vacunas” plantea exactamente lo opuesto. Estados Unidos es el caso más obvio con la política de “America first” del alicaído Donald Trump que no sabe qué hacer para ganar su reelección, pero que sospecha que si posterga los comicios y conjura una vacuna en el interín puede recuperar los 10 o 15 puntos que lo separan del demócrata Joe Biden.

Estados Unidos invirtió 10 mil millones de dólares en la Operation Warp Speed, un programa para producir cientos de millones de vacunas destinadas a consumo interno. El responsable del suministro de toda la parafernalia médica del Covid-19, Peter Navarro, implementó el “America first” con la restricción de ventas al exterior de máscaras, respiradores y guantes. A fines de junio, el gobierno de Trump adquirió prácticamente todo el stock mundial de Remdesivir, un medicamento para el tratamiento del Covid-19.

Como en una pálida copia de la guerra fría, al Grand Prix se sumó ahora Rusia con la promesa de una vacuna para el 10 de agosto o incluso antes. El director del Fondo de Riqueza Soberana de Rusia, Kirill Dmitriev, dijo que se adelantarán a Estados Unidos tal como sucedió en 1957 con el Sputnik, cuando la Unión Soviética lanzó antes que Estados Unidos el primer satélite en el marco de la carrera espacial de las dos superpotencias. “Va a ser igual”, le dijo Dmitriev a la CNN.

En realidad, el rival de Estados Unidos no es Rusia: es China. Un caso más interesante porque el gobierno de Xi Jinping se presenta abiertamente del lado de la OMS y señala que la vacuna que CanSino Biologics está desarrollando junto al Instituto Científico Militar será un “bien público de acceso para todo el mundo”. El 22 de julio en una video conferencia con once cancilleres de América Latina y el Caribe, el canciller chino Wang Yi anunció un fondo de mil millones de dólares para la región y garantizó la accesibilidad a tratamientos y medicinas. Esta estrategia china en el Grand Prix ya tiene apodo: “diplomacia con barbijo”. Tiene también algunas sombras.

China afirma la accesibilidad de la vacuna, pero no dice cuándo. ¿Pondrá China a sus casi 1400 millones de habitantes en paridad con el resto del mundo? ¿Cuántos chinos tendrán que ser vacunados antes de que se exporte el excedente? La conducta del gobierno de Xi Jinping en los primeros meses del año es quizás comprensible, pero no alentadora sobre una generosa y lúcida vocación global. En ese momento, China lideró la compra masiva para su población de respiradores, máscaras y guantes. Poco después le siguieron la Unión Europea y Estados Unidos y hubo escasez de estos productos en el mercado mundial.

El Reino Unido tiene una de las investigaciones más avanzadas sobre la mesa. La alianza de la Universidad de Oxford y la farmacéutica AstraZeneca promete una vacuna para septiembre o octubre. Pero el gobierno de Boris Johnson, consciente de que la vacuna puede tardar más tiempo o fracasar, anunció el 20 de julio que está buscando asegurarse su propio stock adquiriendo otras 12 que se están investigando a nivel mundial.

Según la ONG británica Global Justice Now, una de las organizaciones vetadas por el gobierno de Macri en el G20 de 2018 en Buenos Aires, este anuncio revela la verdad de la política oficial más allá de las bellas palabras. “Esta carrera para asegurarse el acceso muestra que la retórica sobre acceso igualitario para todo el mundo es una farsa. El Reino Unido está alimentando la carrera de los países ricos para el atesoramiento de la vacuna. Asegurar un acceso global no es solo una cuestión de equidad moral, es también la manera más rápida de terminar con la pandemia”, señaló Heidi Chow, portavoz de la ONG.