El último baile de Jordan y los Bulls en Netflix

Este lunes comenzará la esperada serie que cuenta toda la intimidad de la última temporada (97/98) de MJ y sus compañeros. El contexto de aquella campaña mítica.
The Last Dance. El Ultimo Baile. O la temporada que, con un final digno de una película de Hollywood, coronó una era única, que quedó en la memoria colectiva de millones de personas y ratificó la hegemonía de –quizás- el mejor de siempre y el dominio de la estrella más brillante de la historia del firmamento NBA –y tal vez mejor deportista de siempre-.

Para empezar a entender esta última campaña –y disfrutar más de la serie- hay que remontarse a 1995. Más precisamente a mayo, a las semifinales del Este, al duelo entre los Bulls y el Magic de Orlando. Jordan había regresado al básquet –y a un equipo que andaba a los tumbos- hacía apenas dos meses, con varios kilos de más (producto de la necesidad de otro deporte, de intentar llegar a las Grandes Ligas del béisbol estadounidense), una notoria mayor lentitud y sin el ritmo necesario para volver a ser el 23, el jugador que se había retirado (en 1993) dominando la NBA. «No se parece al viejo Michael Jordan. El 45 no tiene la explosión del 23», se atrevió a declarar Nick Anderson luego de robarle una pelota clave y ver cómo Su Majestad no le pegaba al aro en un tiro y perdía una pelota, todo en los segundos decisivos del Juego 1. Orlando terminaría ganando esa serie por 4-2 y la imagen que quedó en la memoria de MJ fue la de Horace Grant, su antiguo fiel ladero y nueva pieza valiosa del Magic, levantado por sus nuevos compañeros en pleno festejo. Dentro suyo el fuego empezó a arder y la hoguera se desató cuando escuchó lo que se decía. “Jordan no es el mismo, ahora es un mortal”, dijeron los más osados luego de que perdiera la primera serie de playoffs en cinco años. Alguien, entonces, tendría que pagar los platos rotos. Y lo harían todos los que se cruzaran en su camino durante los siguientes tres años.

Jordan ya tenía acordado grabar Space Jam en ese verano y la única condición fue que Warner Bross le preparara un lugar especial para que pudiera entrenarse durante la grabación. El Jordan Dome, como se lo apodó, le sirvió para hacer su mejor pretemporada, junto a Tim Glover, su histórico PF. Era una carpa enorme, pegada al set de filmación, que tenía una cancha, aire acondicionado, vestuario, gimnasio y un lugar de ocio. “Allí empezó todo”, recuerda Glover sobre aquel sitio donde se armaron picados míticos que incluyeron hasta a Magic Johnson. “No entraba cualquiera. Debías estar invitado o que él aprobara tu ingreso. En esa canchita hubo más trash talk que en cualquier otro estadio NBA”, detalla el PF. Michael se afinó, tomó ritmo y volvió con una actitud voraz, como siempre pero, a la vez, como nunca. Sus compañeros lo sintieron en los primeros entrenamientos oficiales con el equipo. Sobre todo Steve Kerr, quien quiso igualar el nivel de intensidad y competitividad del 23 (ya había regresado con su número tradicional) y se llevó una trompada tras un intercambio de insultos y jugadas muy físicas.