Carrizo, entre Devoto y la gloria

Amadeo Carrizo cumplió 32 años el 12 de junio del 58. La celebración coincidió con la victoria conseguida un día antes frente a Irlanda del Norte. Con esa victoria, que llegaba después de una caída ante Alemania, el equipo argentino conservaba las aspiraciones de pasar a la segunda ronda del Campeonato Mundial de Suecia. Pero tres días después ocurrió el llamado «desastre de Suecia», la máxima goleada de la historia en contra de un equipo nacional en una Copa del Mundo: 6 a 1 ante Checoslovaquia.
Como suele ocurrir en estos casos, el primer apuntado en los dardos venenosos fue el arquero: Amadeo. Sin embargo, en su crónica de la revista El Gráfico (enviada por teléfono, según se aclaraba), Borocotó casi no mencionó nombres y apenas hizo una referencia a la lentitud de Néstor Rossi como uno de los factores esenciales de la caída. Borocotó cuestionó en esa nota la organización del fútbol argentino, la falta de profesionalismo y de preparación física, y resaltó que «los jugadores viven del fútbol, pero no para el fútbol».

«El mito de que somos los mejores del mundo afortunadamente ha caducado. Hay que aprovecharlo como un saludable tropezón capaz de recordarnos que, quien mal camina, se puede caer. Esta es una caída más en nuestro fútbol. No es la primera, ni tampoco será la última», escribió por su parte Dante Panzeri en esos días.

De Carrizo, puntualmente, poco se dice. Es que en realidad los checoslovacos, que se habían puesto rápidamente en ventaja, se aprovecharon de la desesperación argentina y liquidaron la cuestión con fulminantes contraataques. Llegaban con facilidad, no encontraban resistencia cuando remataban desde la entrada al área y así fueron elaborando la goleada.

Es sabido que más de 10 mil personas fueron el 22 de junio a Ezeiza a recibir al plantel. A los monedazos los recibieron y luego, para seguir en la misma línea, fue moneda corriente el insulto a los futbolistas en los partidos del torneo local. Carrizo, Dellacha, Varacka, Vairo, Labruna, Pipo Rossi, Menéndez… no se salvaba nadie.