El Gimnasia de Maradona arrancó con una derrota ante Racing

El aire está despejado: ya se dispersó la nube de humo azul que inundó el campo de juego cuando los futbolistas de Gimnasia y Esgrima La Plata se lanzaron al césped, raudos, como una tromba. Ya no huele más a pólvora, y sin embargo siguen sonando los estruendos, desde las tribunas donde bailan los hinchas, se abrazan las familias y flamean las banderas. Los fotógrafos ya terminaron de ensayar la coreografía exigida: hasta hace unos segundos, con movimientos lentos y precisos, eran conducidos, casi arriados, a sólo unos metros del banco local. Ya sonó el tema de Rodrigo, para empezar a erizar la piel de los que hacían suyas las gradas del estadio Juan Carmelo Zerillo.

Está en marcha la fiesta. Ya empezaron a ajarse las gargantas, eufóricas, diciendo que el que no salta es un inglés. Ya la voz del estadio dejó de insistirle a esos cuatro locos que por favor se bajen de las peligrosas alturas de la tribuna popular, allí donde termina el Bosque y comienza el cielo. Ya los fanáticos madrugaron, debatieron, argumentaron, reflexionaron y rezaron. Ya se sorprendió Vladimir, que vino al partido contra Racing para celebrar su cumpleaños número 13, porque «vamos últimos pero esto se vive como una final”. Ya se sentó el Chacho Coudet en el banco de visitantes. Y posó su equipo para la foto. 

El cabezazo de González para el 1-0.

Las 25 mil almas que se congregaron allí, ya concentran sus sentidos y el batir de sus palmas en el hombre que monopoliza sus ilusiones y charlas desde hace diez días y sus corazones desde que les regaló una copa del mundo, aquel que vuelve a su fútbol tras 24 años, con la esperanza de ellas y ellos en sus manos. Y Diego Armando Maradona, acostumbrado a deslumbrar, a regresar una y mil veces, a silenciar estadios y despertar canciones, a la ovación y los flashes, les devuelve la escena soñada, metáfora de sí mismo y de su aquí y ahora en este Gimnasia que naufraga al fondo de las tablas de promedios y posiciones. El capitán de México ‘86 camina lento hacia sus jugadores, le pasa el brazo por la cintura al grandote Alexis Martín Arias, el arquero platense, y sonríe para la foto, a la vez como entrenador y como uno más de ese equipo.