La batalla por el trono libio

El asalto del mariscal Jalifa Haftar a Trípoli ha puesto en jaque al Gobierno respaldado por la ONU. El conflicto está espoleado por potencias extranjeras, con EEUU, Francia, Rusia y Arabia Saudí del lado del líder miitar.

Libia vuelve a asomarse al abismo de una guerra civil. El asalto de las tropas del mariscal Jalifa Haftar contra la capital libia, que comenzó el 4 de abril, tiene en jaque al Gobierno de Unidad Nacional (GNA) respaldado por Naciones Unidas y la Unión Europea. Ganar o perder Trípoli es vital para las ambiciones de poder de ambos bandos y para el futuro de un país sumido desde hace ocho años en el caos y la confrontación.

Las fuerzas alineadas con el GNA han logrado, de momento, contener el avance de Haftar sobre la capital y mantienen a su Ejército Nacional Libio (LNA) a raya en las afueras de Trípoli. El mariscal intenta concentrar más reservistas en la base de Gharian, a unos 100 kilómetros al sudoeste, para abrir nuevos frentes en las entradas de la ciudad y se dispone a utilizar artillería e infantería para romper las defensas de Trípoli.

Día a día se suceden bombardeos aéreos contra áreas del sur y el centro de la ciudad, que han afectado también al único aeropuerto en funcionamiento de la capital, el de la base aérea de Mitiga. Impidiendo su funcionamiento normal. Pese al poderío sobre el aire que exhibe Haftar, las milicias leales al GNA -las brigadas de Trípoli, Misrata y Zintan están de su lado- han detenido de momento la ofensiva y el impulso del mariscal se ha atascado.

«El GNA está resistiendo la ofensiva. Hasta el momento, las fuerzas de Haftar están siendo derrotadas y empujadas a su retaguardia. Aunque el GNA no tiene las cosas totalmente bajo control, ha habido una gran respuesta popular con muchas brigadas locales participando en la contraofensiva», destaca Tarek Megerisi, investigador especializado en Libia del European Council on Foreign Relations (ECFR), a EL MUNDO.es.

En los enfrentamientos se contabilizan ya más de 270 muertos, una cifra de heridos superior a los 1.300 y más de 35.000 civiles desplazados, según el último cálculo de la Organización Mundial de la Salud. Los números, sin embargo, cambian a cada momento. En medio de los combates se encuentran también atrapados alrededor de 3.000 migrantes y refugiados, encerrados en prisiones como la de Abu Slim.

La marcha de Haftar contra Trípoli es el último chispazo de la espiral de violencia en la que está envuelta Libia desde que estalló la revuelta contra el coronel Muamar Gadafi. El alzamiento del 17 de febrero de 2011 derivó en una guerra civil que derrocó el régimen del dictador, capturado y ajusticiado por milicianos el 20 de octubre de ese año. Pero aunque las armas callaron durante algunos meses, el país no ha conseguido encauzar una transición hacia un Gobierno estable. Así, al enfilar la era post Gadafi, cientos de milicias con sus señores de la guerra se enfrentan unas a otras con el fin de prevalecer y tomar el poder, en un país rico en reservas de petróleo.

Haftar, que tiene sus cuarteles generales en Bengasi, se ha lanzado a la conquista de la geografía libia. Primero, combatiendo a grupos islamistas radicales como el Estado Islámico. Asegurada la Cirenaica (este) y los yacimientos de hidrocarburos, entre diciembre de 2018 y marzo de 2019, conquistó el sur del país (Fezzan) en una rápida ofensiva. Haftar controla ya un 70% de Libia. Si Trípoli cae bajo el control de sus tropas, concentraría en sus manos prácticamente todo el territorio.

UNA GUERRA POR PODERES

Su pulso recibió un espaldarazo el Viernes Santo, cuando mantuvo una conversación telefónica con el presidente de EEUU, Donald Trump, que dijo que «reconoce el importante papel del mariscal Haftar en la lucha contra el terrorismo y en asegurar los recursos petrolíferos de Libia». La Casa Blanca emitió un comunicado afirmando que debatieron sobre una «visión compartida para una transición en Libia hacia un sistema político estable y democrático», lo que se interpreta como un claro apoyo de Trump a Haftar, a quien sus rivales ven como un nuevo Gadafi.